
La juventud corre en masa a las salas de cine para «mirarse al espejo», señala a EL PERIÓDICO DE CATALUNYA su director, Noureddine Lakhmari, quien no oculta su estado febril y eufórico por la convulsión que se ha producido a raíz de su película. Le suena el teléfono a cada instante. «¡Felicidades, y gracias!»,le gritan desde el aparato. Cada escena, escrita y producida por él, es un trozo de la vida de cualquiera de los espectadores que se ven reflejados en el joven golpeado por el paro que sueña con emigrar a Europa.
«ESO ME PASÓ A MÍ» / La mujer maltratada por un marido frustrado y alcohólico. Un padre discapacitado a causa de las condiciones deplorables en las que trabajó durante 30 años. El joven que renuncia a la explotación laboral. El niño demente ignorado. El muchacho que finge proceder de una buena familia para enamorar a una chica de clase alta. «Eso me pasó a mí… Yo tengo una amiga que sufrió lo mismo», se escucha entre el público, de lo más heterogéneo: mayores, jóvenes, mujeres con velo, ricos, intelectuales, familias o parejas han visto Casanegra.
«He querido reflejar a toda la sociedad sin excepción», asegura Noureddine Lakhmari.
No se trata de dejar en el pensamiento de los espectadores un mensaje apocalíptico, pero sí explicar, lejos de los tapujos, la cruda realidad de la ciudad más cosmopolita del país, a través de dos personajes. Apenas tienen 20 años, sacudidos por los problemas familiares, y muy apurados por la falta de dinero, deciden inmiscuirse en negocios oscuros, relacionados con el dopaje de caballos de carreras. La policía les destapa y van a la caza.
«¡Éste es también Marruecos!», señala Jamal Abdennassar, espectador y promotor de Casaproyecta, una actividad cultural vinculada a la exhibición de cortos, largometrajes y documentales. «Si los cineastas o los artistas en general no siguen el cambio que está viviendo el país es porque no han comprendido nada», explica este activista cultural.
Casanegra, a ojos de los cineastas, ha supuesto un salto sin precedentes en la evolución de la sociedad marroquí y lo ha hecho sin despegarse del dariya, el dialecto del árabe que se habla en Marruecos.
«ESO ME PASÓ A MÍ» / La mujer maltratada por un marido frustrado y alcohólico. Un padre discapacitado a causa de las condiciones deplorables en las que trabajó durante 30 años. El joven que renuncia a la explotación laboral. El niño demente ignorado. El muchacho que finge proceder de una buena familia para enamorar a una chica de clase alta. «Eso me pasó a mí… Yo tengo una amiga que sufrió lo mismo», se escucha entre el público, de lo más heterogéneo: mayores, jóvenes, mujeres con velo, ricos, intelectuales, familias o parejas han visto Casanegra.
«He querido reflejar a toda la sociedad sin excepción», asegura Noureddine Lakhmari.
No se trata de dejar en el pensamiento de los espectadores un mensaje apocalíptico, pero sí explicar, lejos de los tapujos, la cruda realidad de la ciudad más cosmopolita del país, a través de dos personajes. Apenas tienen 20 años, sacudidos por los problemas familiares, y muy apurados por la falta de dinero, deciden inmiscuirse en negocios oscuros, relacionados con el dopaje de caballos de carreras. La policía les destapa y van a la caza.
«¡Éste es también Marruecos!», señala Jamal Abdennassar, espectador y promotor de Casaproyecta, una actividad cultural vinculada a la exhibición de cortos, largometrajes y documentales. «Si los cineastas o los artistas en general no siguen el cambio que está viviendo el país es porque no han comprendido nada», explica este activista cultural.
Casanegra, a ojos de los cineastas, ha supuesto un salto sin precedentes en la evolución de la sociedad marroquí y lo ha hecho sin despegarse del dariya, el dialecto del árabe que se habla en Marruecos.
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